domingo, 22 de diciembre de 1996

HACE 20 AÑOS QUEBRABAN LA CONCIENCIA ETICA DE LA SOCIEDAD

Este viernes se cumplen dos décadas de la ominosa aprobación de la Ley de Impunidad, o como prefirieron disfrazarla los partidos de la derecha uruguaya (Colorado y Nacional), Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado. En el marco de tormentosas sesiones parlamentarias, el 22 de noviembre de 1986, el poder político se doblegaba -una vez más- ante el poder militar. La vergüenza fue mucha y los argumentos para la aprobación fueron tristes. En medio de los debates, el Senado para completar su vergüenza expulsaba a uno de sus integrantes, José Germán Araujo del Frente Amplio quien se había transformado en el más duro acusador de esta genuflexión. La amenaza de otro golpe y de una nueva dictadura fue esgrimida por la misma derecha cuando la ley fue puesta a consideración de la ciudadanía, logrando su ratificación por un 57% de los votos. Parecía que los anhelos de verdad, memoria y justicia quedaban definitivamente sellados. Militares y civiles festejaban. Sin embargo se engañaron. Los estandartes de la dignidad siguieron siendo levantados por un sector de la sociedad que no se resignaba a la vergüenza. A su frente, y vaya nuestro homenaje, los familiares de las victimas de la dictadura, particularmente las corajudas mujeres. Enfrentaron la indiferencia de un poder político que aplicó la ley de impunidad incluso más allá de lo que la misma establecía. A esos familiares se les mintió, se les ninguneó, pero no se dieron por vencidos. Y por las brechas de esa conciencia quebrada comenzó paulatinamente a filtrarse la luz de la dignidad. Las madres, los familiares comenzaron a estar cada vez menos solos. Desde ellas y ellos crecieron solidaridades, reclamos y silenciosas marchas que fueron creciendo año tras año en el estruendoso reclamo de verdad y justicia. Pasaron las décadas y los políticos que traicionaron los mejores valores humanitarios se fueron dando cuenta que el olvido y la desmemoria estaban siendo derrotados. Cada vez eran más los que se negaban a "dar vuelta la página" como le exigían. Despectivamente les decían que tenían los ojos en la nuca, que había que cerrar el pasado. Pero esos hombres y mujeres siguieron su camino, sabiendo que su apuesta tenía mucho más que ver con el futuro que con el pasado. Desesperado el poder político tuvo que ceder un poco y se formó en el pasado gobierno una Comisión Para la Paz, que parió poca verdad y no cerró nada. Con el triunfo del Frente Amplio, al cual pertenecían la casi totalidad de las víctimas, los causes comenzaron a abrirse. Ya presidente, Tabaré Vázquez que había prometido respetar la Ley de Impunidad lo hizo, pero en su justo alcance. Así se comenzó a dar cumplimiento al artículo 4º. que mandataba buscar a los desaparecidos. Así comenzaron las excavaciones que permitieron hallar los restos de dos asesinados por la dictadura. Esos esqueletos que aparecieron en la televisión impactaron a todos los uruguayos. Incluso a aquellos que se negaban a admitir el horror que se había desatado en el país. El nuevo gobierno también dejó fuera de la ley a los civiles y mandos militares. Si bien el texto los excluía, los sucesivos presidentes de la derecha (Julio Ma. Sanguinetti, Jorge Batlle y Luis A. Lacalle), estiraron el manto de impunidad como un chicle para cubrirlos también a ellos. Así, desde la asunción del Frente Amplio comenzaron a desfilar tenebrosos personajes por los juzgados. Hoy están presos algunos militares y policías, el canciller de la dictadura y nada menos que uno de los dictadores, Juan Ma. Bordaberry. Seguramente en el 2007 le tocará el turno a otro, Gregorio "Goyo" Álvarez. No es todo, pero si es un avance sustancial que tuvo que esperar demasiados años. El proceso reciente, dejó en evidencia la actitud pasiva y conformista que el Poder Judicial tuvo bajo los gobiernos de derecha. También queda claro que los militares y civiles de la dictadura siguen ocultando la verdad. Por ello importantes sectores sociales quieren ir a más. Apuestan a la anulación de la ley que, de lograrse, abriría definitivamente el cause de la justicia. El gobierno de Vázquez que promovió los avances no respalda la anulación, sin embargo sectores del gobierno apoyan la misma. Ahora la etapa es la de crear conciencia de esta necesidad y esto conducirá, tarde o temprano, al destierro definitivo de la impunidad. Que así sea

miércoles, 3 de julio de 1996

EL MAR (Cuento)

Ni había sido fácil, pero finalmente había logrado convencerlo. Allí estaba, como achatado en el asiento delantero de su auto, que transitaba rápidamente por el polvoriento camino, silencioso. Luego de una larga y paciente conversación, con la promesa de traerlo de vuelta pronto, logro finalmente que abandonara, por un día ese, que también había sido muchos años atrás, su hogar.
Mientras el auto buscaba escapar de la nube de polvo espeso que su propia marcha levantaba, el conductor quedaba atrapado en sus recuerdos. Allí había nacido y crecido hasta que muy joven aún, había logrado desprenderse de esa monotonía en que se desarrollaba la vida en ese pueblo perdido en un recoveco del Uruguay.
Aminoro la marcha convencido de que no lograría escapar así, del polvo del camino. Ahora, pudo prestar mayor atención al paisaje de su alrededor. Campos multicolores, algo monótonos por cierto, por la falta de accidentes geográficos relevantes.
De reojo, miro al hombre sentado muy tieso en el asiento contiguo. Tuvo la impresión, por la postura de su padre, que el cinturón de seguridad que él le había colocado después de una breve discusión, era como una especie de atadura que lo mantenía prisionero al asiento del auto.
Recordó entonces, las horas que habían pasado desde el momento en que rompió la monotonía del refugio de su padre y se presento- ya no para visitarlo-, cosa que no hacia muy a menudo por cierto, si no a buscarlo para llevarlo a que conociera el mar.
- ¿Y que tiene de interesante un montón de agua toda junta? Sí habré visto crecientes en mi vida, para perder tiempo viajando hasta la capital para ver el agua amontonada- fue la repuesta evasiva ante la invitación.
Fueron vanos los esfuerzos que realizó para encontrar la forma de decirle, que el mar, era algo más que un montón de agua toda junta. El esfuerzo por encontrar un argumento, lo condujeron, sin querer, a aquella vez que con escasos 12 años gracias a un inusual e inolvidable viaje de fin de curso escolar, vio por primera vez lo que creyó durante muchos años, que era el mar...y se había quedado sin habla ante él.
Después de eso, no lo pudo olvidar jamás. Finalmente, ya con unos años más, terminó abandonando su pueblo, yéndose a vivir a Montevideo, a los pies de ese rumor inquieto que para él, aún, era el mar.
Tiempo después, en aquella pensión de la ciudad vieja, tuvo su segundo gran descubrimiento.
No pudo recordar su rostro, ya perdido en algún recoveco de su memoria, si no su voz. Aquella voz algo ronca y a la vez algo aniñada, que era capaz de contar y decir tantas cosas que él aun no entendía del todo, pero que por ser “cosas de ella”, le resultaba grato y a la vez misterioso escuchar.
Seguramente, el hecho de que fuera la voz de ella la que perdurara en sus recuerdos, se debía a que cuando acudía a su pieza de pensión-siempre a escondidas de la gallega que la regenteaba-, para evita la expulsión que significaba irremediablemente las visitas femeninas clandestinas, entraba a oscuras a su pieza y esta oscuridad se mantenía aun después de haber entrado.
Luego de haberse reconocido en mudos besos y apretadas caricias, tirados en la cama turca de una plaza, hablaban largamente en voz muy baja, casi en susurros.
Ella de temas que muchas veces le costaba seguir por lo complicado de los mismos.
El simplemente de lo bien que se sentía junto a ella.
Una noche, que era doblemente noche en la oscuridad de la pieza, él comenzó a hablar del mar, de cuando lo conoció por primera vez, de como le gustaba los domingos ir hasta la escollera Sarandí a tomar mate y pasar horas mirando el mar.
Ella se había enderezado en la cama y mirándolo o adivinándolo desde la oscuridad, le había acariciado el pelo y le había dicho susurrando:
-Eso no es el mar. Vos no conoces el mar. Ese es simplemente el río. El mar es otra cosa.
-Como que eso no es el mar. ¿Qué decís?
-Se parece, pero no es. Es un río grande como mar, pero es solo un río. El mar, es otra cosa.
Luego de un prolongado silencio, donde desde mundos distintos, él asimilaba la revelación recibida minutos antes y ella, saltando de una idea a otra como acostumbraba a hacer.
- ¿Vos me amas?- le interrogó la voz ronca de ella.
-Si, por supuesto. ¿Lo dudas acaso?
-No- susurro quietamente-, solo que el amor es otra cosa muy difícil de alcanzar. Confundiste el río con el mar, también podes confundir tu soledad, con el amor.
Permanecieron largos minutos en silencio y luego ella comenzó a vestirse, lentamente.
Cuando se inclino para besarlo antes de irse, como lo había hecho muchas veces- aunque esta vez había algo distinto-, dejo caer sobre su mejilla un suave beso y sobre su cara el frío húmedo y salado de una lagrima.
-¿Estas llorando?-preguntó.
-Te parece, pero en realidad, llorar es otra cosa. Solo dejo que algo del mar, ese mar que aun no conoces, asome por mis ojos- dijo haciendo que las abundantes lagrimas que corrían por su rostro, terminaran en la boca de él.
Ya con una mano sobre el picaporte de la puerta, dejo caer en la oscuridad apenas rota por la luz del corredor que empezaba a asomarse por la puerta entreabierta, estas últimas palabras cargadas de misterio.
-Ahora sí quizás seas capaz de conocer el verdadero mar- y desapareció con la luz que también se fue con ella.
La perdida de estabilidad del auto a raíz de la arenilla depositada en un camino con poco transito automotriz, le obligo a salir sus recuerdos. Recuperó el control del vehículo, y prestó atención a su silencioso acompañante.
-Dentro de poco entraremos a la ruta y viajaremos más rápido- comentó, por decir algo.
-No hay apuro m´hijo. - contesto el anciano sin dejar mirar a la distancia.
-Antes de llevarlo a que conozca el mar, vamos a pasar por Montevideo, pero allí no está el mar – aclaró inútilmente. Solo está el río, que es grande como mar, pero eso no es el mar-, concluyó.
En el pasado, esa misma explicación había generado miles de especulaciones en él. Esas habían sido las últimas palabras de ella, antes cerrar la puerta del cuarto de pensión y perderse en la otra noche- no aquella que ellos fabricaban para no despertar las sospechas de la gallega-, si no la otra noche que se extendía calle abajo hasta fundirse en aquel mar que desde esa noche, paso a ser “otra cosa”: un río.
Desde aquella noche, la bajada hasta la escollera Sarandí, perdió gran parte del anterior encanto. Desde ese día, muchas noches encerrado en su pieza, apago la luz y trató recordar cada palabra de ella. Buscó inútilmente, algún mensaje que aquella noche no supo interpretar. Y en esa soledad, solo pudo reencontrar el sabor salado de las lágrimas.
Tiempo después, tuvo la oportunidad de viajar a Rocha y en un rincón de ese Departamento, conocer el verdadero mar. Fue allí donde supo de la muerte repentina de su madre y llorar en silencio en una solitaria playa, la imposibilidad de poder llegar a darle el último beso. Allí entendió cuan solo estaba, y que el mar era otra cosa.
A pesar de que había vivido muchos años solo y estaba acostumbrado al silencio, le resultaba algo incomodo llevar a su padre al lado y no ser capaz de encontrar esa comunicación que debería ser normal entre un padre y un hijo.
-Como nunca se le ocurrió viajar a Montevideo y conocer la capital?-,preguntó tímidamente.
-No había necesidad m´hijo-, contestó su padre sin desviar la vista del horizonte.
-Pero es lindo conocer otros lugares. Conocer el mar, por ejemplo-, interpuso el hijo esperanzado en extender ese dialogo que hasta ese momento, no había experimentado como una necesidad que lo empezaba a angustiar.
-Pero hace un rato me dijiste que en Montevideo el mar no es el mar-, argumento con extrañeza el anciano mirando esta vez a su hijo.
-Bueno, quise decir, conocer el río, la playa.
-Río, tenemos acá, para que viajar tanto-, concluyo el viejo dando por terminada la conversación.
* * *
Había empezado a sospechar que la idea de llevar a su padre a conocer el mar, no había sido una buena ocurrencia. Como tampoco lo había sido aquella vez en que, vaya uno a saber por que mecanismo de culpa o compensación, le había llevado de regalo una moderna radio, que su padre seguramente nunca llego a encender.
Le costaba sacar alguna conversación, encontrar algún punto de contacto entre lo que eran sus preocupaciones diarias, sus temas de conversación y la incógnita de los largos silencios de su padre. Cuando realizó alguna parada en los paradores de la ruta para tomar un café o concurrir a los baños, su padre se había negado sistemáticamente a acompañarlo, permaneciendo dentro del auto.
Solo una vez, tomo la iniciativa y en medio de un paisaje desolado y oscuro, le pidió que detuviera el auto.
-Desáteme m´hijo y déjeme salir- pidió.
Le aflojo el cinturón de seguridad y le abrió la puerta. El hombre bajó y con paso vacilante y entumecido se alejo de la banquina, y se puso a orinar a la sombra de un espinillo que estaba plantado a la orilla de un alambrado de cuatro hilos.
Cuando regresaba en dirección al auto sorteando con dificultad la pendiente de la banquina, el hijo fue conciente de los años de su padre.
Bajo del auto, le abrió la puerta y lo ayudo a sentarse nuevamente en su asiento. Se sintió en la obligación de decirle que el cinturón de seguridad, no era para atarlo, si no para su seguridad. Y hasta estuvo tentado, pero no lo llegó hacer, de ofrecerle regresar sí estaba arrepentido del viaje.
-Si esta cansado papá, dígamelo y paramos a descansar-, le propuso antes de arrancar nuevamente el auto.
-Mire si un hombre va a cansarse de estar sentado-, le contesto con acento de extrañeza.
Una hora y media más tarde, ya se encontraban en la entrada a Montevideo y el hijo mirando a su padre que seguía en silencio a su lado; estuvo barajando la idea de concluir su viaje ante el río que estaba a pocos minutos de viaje. Total, el río es como el mar, pensó. En vez de tomar la conexión con la ruta ínterbalnearia, enfiló por la avenida Agraciada. Luego tomó por la calle Paraguay, y se desvió a la altura de la antigua Estación de trenes para tomar por la Rambla Baltasar Brum rumbo al puerto, hasta llegar a la escollera Sarandi.
Cuando estuvo a la altura de un viejo faro a pocos metros de la escollera, ya era muy entrada la noche.
- Que le parece Papa?, ese es…el mar - exclamo señalando la oscuridad que se extendía más allá de los muros de contención de la rambla montevideana y que no alcanzaban a iluminar los focos a mercurio de la calle.
El anciano, no decía nada, seguía mirando al horizonte y de pronto volvió la cabeza y se quedo mirando al hijo en silencio. El conductor del auto, quedo como atrapado en la mirada perdida, no del asombro que él había experimentado en su niñez ante el mismo espectáculo, si no solamente perdida y desconcertada, del anciano.
- ¿Quiere bajar un rato a estirar las piernas?— preguntó mientras descendía del auto y se dirigía a abrir la puerta del acompañante. Abrió la puerta y cuando con sus manos intentaba desabrochar el cinturón de seguridad, sintió sobre sus manos las rugosas de su padre que le impidieron continuar operando sobre el cinturón.
- No, deja...estoy bien así, esta un poco fresco-, comento sin soltarle las manos.
El hijo se sintió apretando él sus manos sobre las de su padre y asintió
- Es cierto, sopla un viento algo fresco para esta época del año, que se siente mucho más acá, junto al...mar,- concluyo sin acertar a dar por terminado el comentario, y sin querer terminar con ese apretón de manos y cerrar la puerta por donde entraba la brisa motivo de sus comentarios y de la negativa de su padre de descender del auto.
- De pronto creyó entender el significado de la mirada de su padre y ese contacto aun fuerte de sus manos.
-Era una broma Papá, mire si Ud no se iba a dar cuenta que este es un río, que se parece al mar, pero que no es el mar -confesó de un tirón. Le llevo ambas manos a su propio regazo, y apretándolas mas fuerte en tono de complicidad le decía mientras cerraba la puerta y se dirigía a la suya para poner nuevamente en marcha al automóvil.
-Vamos a tomar algo caliente y en seguida arrancamos para llegar a dónde esta el verdadero mar…- y la ultima frase se perdió ahogada con el rugido del motor subiendo por la calle Buenos Aires rumbo al centro.
A pocas cuadras, se encontró con el anuncio de la calle donde estaba instalada la pensión de la gallega, y sin pensarlo torció rumbo a la rambla nuevamente. Donde estuvo antaño la pensión, solo encontró un estacionamiento de autos. Entreparo el suyo, buscando algún trozo de paisaje conocido y sólo encontró al final de la calle sobre la rambla, el río nuevamente.
Miro a su padre y lo vio recostado sobre el asiento, con los ojos cerrados, adormeciendo seguramente luego del desacostumbrado viaje que rompió sus acostumbradas y apacibles rutinas. Desecho la idea de una parada para tomar algo caliente y prefirió enfilar por la rambla costanera rumbo al este, para que quizás el despertar de su padre fuera frente al mar.
Cuando torcía por una pronunciada curva, pudo ver por el espejo retrovisor, que la cabeza de su padre había caído hacia adelante e intuitivamente le tomo sus manos encontrándolas frías e inertes.
Se sintió gritando
-¡Papá!-, mientras que el auto fuera de control se precipitaba al agua, luego de chocar contra el muro de la rambla.
* * *
El periodista encargado de las páginas policiales, bostezó y terminó de escribir en el computador, las noticias que se incluirían en la edición matutina del diario.
Volvió a leer los últimos párrafos escritos y se quedo pensativo, como dudando de algo de lo escrito. Finalmente llevo el cursor ante la última frase y donde decía “precipitándose al mar”, tacho la ultima palabra, la sustituyó por río y dio por concluida su jornada.

viernes, 3 de mayo de 1996

PERO, ¡TE VA A DOLER TANTO! (Cuento corto)

Desde que se asomó por la pendiente y el maquinista advirtió la existencia de un objeto sobre las vías, el corto tren venia aminorando la marcha. Antes de quedar totalmente detenido a escasos metros del bulto que estaba ubicado en medio de las vías, lanzó por los aires un gran pitazo de su silbato que acompaño con un gran chirrido de sus frenos metálicos
Quien conducía la locomotora y se asomaba por una de las ventanillas, ya no le quedó ninguna duda; el bulto marrón oscuro que había divisado en medio de las vías no bien había iniciado el descenso de la pendiente, se correspondía a un ser humano.
Antes de descender del comando, volvió a hacer sonar el silbato estridente de la locomotora con insistencia.
Algunos vacunos que pastaban mansamente en los campos linderos, ante el silbato agudo de la locomotora, salieron corriendo en estampida, pero del bulto que buscaba conmover, no logró ningún movimiento, ninguna respuesta.
La persona, ahora no le cabía la menor duda de que se trataba de un hombre que se encontraba extendida boca abajo a lo largo de las vías con los pies orientados hacia el lugar donde ahora estaba detenido el convoy, continuó inmóvil.
Ya hablan empezado a asomarse por las ventanillas de los salones, pasajeros alarmados por la detención en medio del campo y también por el continuo silbato de la locomotora, por lo que el hombre que conducía la locomotora se decidió finalmente a bajar de la misma.
Lo largos años en oficio de maquinista ferroviario le habían conducido a enfrentar situaciones similares, por lo tanto se encaminó a realizar las dos posibles alternativas posibles ante una situación similar, sea retirar el cuerpo de la vía en caso de ser una persona a la que ya había arrollado un tren anterior, o en caso de ser un aspirante a suicida convencerlo de que se retirara de su obligado lugar de transito.
En algunos tramos de las vías de Montevideo, el arrollar un ser humano que había optado por esa forma de terminar con su vida, podría decirse que era una rutina. Pero, aquí en medio del campo y fuera de la capital, el suicidio no solo era raro, si no que hasta era algo inexplicable.
Al igual que lo había hecho con el silbato, el vozarrón del maquinista empezó a increpar al aspirante a suicida, desde el mismo momento en que ya en tierra empezó a caminar hacia él.
- Oiga, amigo! ¿Qué está haciendo ahí?
Silencio y absoluta inamovilidad.
- La puta que te parió volvió a tronar el maquinista, ya muy próximo al “suicida”.
Esta vez, si bien como respuesta volvió a reinar el silencio, se pudo notar un leve movimiento del lado donde debía estar la cabeza, consistente en una mayor presión de las manos del “suicida” que estaban cruzadas sobre su cabeza. Fue como si sus manos presionaran sobre su cabeza apretándola contra el piso.
- ¡Levántate de ahí, carajo!
Nada, a no ser un imperceptible movimiento de todo el cuerpo a los efectos de pegarse más a la tierra. El maquinista dio un par de vueltas alrededor del potencial suicida, como si buscara un lugar por donde penetrar con sus incriminaciones y puteadas, entre el cuerpo y el suelo. Además de tener la sensación de que estaba como pegado al suelo, pudo ver que calzaba botas negras de goma, una vieja gabardina que casi le llegaba al comienzo de las cañas de las botas, y una gorra de vasco negra que junto con los brazos que cruzaba sobre su cabeza impedía tener la menor posibilidad de ver su rostro.
-¡O salís de ahí, o te saco a patadas en el culo!
Silencio. Ya su acompañante, el foguista y el guarda tren también se encontraban rodeando el cuerpo yaciente del potencial suicida.
Cuando el maquinista se dirigía a hacer realidad su anterior amenaza, el guarda lo detuvo con una mano y con la otra le indicaba que guardara silencio y lo acompañara. Cuando los tres estaban a una prudencial distancia, les dijo:
-No sumemos un hecho de violencia al drama de este hombre, actuemos con psicología.
- Que psicología ni ocho cuartos, ¿se piensa que voy a estar todo el día esperando que se arrepienta y nos deje pasar? O sale de la vía o lo saco a patadas.
- Vos déjame a mi - digo el guarda tren - con psicología, nosotros seguiremos viaje y este buen señor se reconciliara con la vida.
Acto seguido, se puso en cuclillas sobre el hombre tendido en el piso y tocándole suavemente el hombro le llamo:
- Buenos días señor, podemos hablar.
- Buenos para Ud. no para mi que me voy a matar, - le respondió el “suicida” sin moverse de su anterior posición.
- Sí pensás que yo te voy a pisar, a buen puerto vas por agua - le contesto el maquinista, interviniendo molesto ante el dialogo que pretendía iniciar su compañero en las tareas de llevar a destino el tren -, lo único que vas a recibir y de eso nadie se muere es una buena porción de patadas en el trasero, si no salís de la vía y te dejas de joder.
Nuevamente el guarda llevó al maquinista lejos del aspirante a suicida e intento calmarlo.
- Viste lo que lograste, arruinaste mi trabajo psicológico. Ahora se cerró y seguramente no querrá hablar más.
-Es que yo no tengo ningún interés de hacer de paño de lágrimas de este tipo. Si lo engaño la mujer, si se fundió o que se yo, que se mate. Eso si, no con mi tren. Quiero llegar a destino sin complicaciones, no quiero volver a este lugar, a declarar ante un juez. No quiero mancharme con sangre sacando el cuerpo de entre las ruedas del tren. No quiero llegar con atraso al destino. ¿Me entendiste? Así que- y sacando un viejo reloj de bolsillo al que consulta, termina diciendo -, o sale en cinco minutos o lo sacamos del forro del culo de ahí.
Volvió el guarda junto al “suicida” y recomenzó su labor sicológica.
- Oiga amigo, nada vale tanto en la vida, como la vida de uno mismo. Si es por una mujer, hay muchas en el mundo...
Un largo quejido, partió del bulto, interrumpiendo la labor “sicológica”.
- Quiero que me mate un tren, quiero terminar con mi sufrimiento. Y les advierto, si me ponen una mano encima, el puñal que llevo en mi cintura les hará arrepentirse.¡Quiero morir, carajo!
Ante esa amenaza, el guarda perdió entusiasmo en su labor de convencimiento psicológico y el maquinista de hacer uso de la fuerza para retirarlo. Manejaron la alternativa de que el guarda saliera caminando hasta la estación más próxima y allí lograr el concurso de la fuerza policial, pero los diez kilómetros que había que caminar, los desalentó. Pensaron que seguramente habría cerca alguna casa y que en ella seguramente viviría alguien conocido del “suicida”, porque si había elegido ese lugar tan alejado de los poblados más cercanos, era porque por allí vivía. Sin embargo, a la vista no se percibía ningún signo de vida, ninguna casa, ningún rancho. Ya a esa altura, la totalidad de los pasajeros del tren habían descendido y rodeaban el lugar donde yacía el hasta ahora frustrado suicida.
- Así que vos decís que hay que aplicarle la psicología - le preguntó el maquinista al guarda-, bueno, vamos a darle un poquito de psicología.
Se acercó nuevamente al suicida, y empezó este dialogo.
- Así mocito, que se quiere suicidar…
Pese a no obtener ninguna palabra de respuesta, un movimiento de la cabeza que pareció despegarse del suelo para volver a quedar pegado a el, fue interpretado como un asentimiento…
-Y no encontraste mejor manera de matarte que haciendo que te pise un tren. Y estás empecinado a que sea yo, con este tren el que te pase por arriba. Porque sí no es un capricho, saldrías de la vía y esperarías el próximo tren, el “tren Rápido”, que viene detrás del mío.
Si bien se mantenía el mutismo del suicida, un leve movimiento de sus manos y de su cabeza, pareció indicar que se ubicaba de la forma mejor para escuchar las palabras del maquinista.
- El “tren rápido” es el ideal para suicidarse, viene tan rápido que no tiene posibilidad de frenar cuando te vea, y te pisa tan rápido que no sentís nada. Te hace puré, en un segundo.
Espero unos segundos, como para darle mayor suspenso a sus palabras y continuó.
- Claro, pero el “rápido” no va a poder pasar hasta tanto, yo llegue con mi tren a la próxima estación y deje la vía libre. Y vos estas decidido a que yo te pise ahora. Bien, bien...
Se dio media vuelta y mirando a los pasajeros que rodeaban el lugar, les grito.
- Señores suban al tren que seguimos viaje. Vamos rápido, que partimos.
Y a reglón seguido, subió él a la máquina, realizó un par de aceleradas del motor sin poner la máquina en movimiento, largo un largo pitazo y esperó alguna reacción del suicida. Nada.
Bajo nuevamente de la máquina y le grito:
- Mira pelotudo, yo no voy ha hacerme un gran drama por tu suicidio. Pero si queres matarte, matate. Eso si, podes elegir; esperas el “rápido”, que te mata rapidito, no sentís nada. O quedáte ahí que yo voy a arrancar con mí tren. Comprenderás que estándo tan cerca de donde te acostaste, voy a venir despacito. !Vos no sabes como te va a doler!
Acto seguido volvió a la máquina y mientras subía la escalinata, pudo ver como el suicida se levantaba y se sentaba al costado de la Vía, en espera del famoso “tren Rápido”.

viernes, 29 de marzo de 1996

LA MONOGRAFÍA POSTRERA (Cuento corto)

Cuento escrito en 1996, sin publicar.

Declaro bajo juramento, que todo se inició en forma paulatina e inocente, cuando ella empezó a usar algunas palabras “raras”, en nuestra convivencia matrimonial.
Cuando digo palabras “raras”, quiero decir que eran inusuales, desacostumbradas entre nosotros. Esas palabras, empezaron a ser incorporadas a sus reflexiones más triviales y domesticas.
Ya no fue tan inocente, cuando esas palabras- que luego descubrí que eran propios de los estudios de Psicología social que desde hacía algún tiempo realizaba mi consorte-, empezaron a referirse a mi persona.
Seguramente Ud. está pensando que nada tiene de malo que uno de los integrantes del matrimonio haya decidido ampliar sus conocimientos, estudiar y aplicar esos conocimientos en su vida cotidiana.
Le explico. Yo tengo algunas costumbres. Para ser más exacto, debería decir que soy medio distraído y voy dejando las puertas, los cajones, abiertas: De puro “pelotudo” que soy.
Anteriormente, esos olvidos, recibían de mi esposa, un rezongo acompañado de una interrogante que no esperaba ninguna respuesta de mi parte:
- ¿Porqué serás tan pelotudo?
A partir de que fue avanzando en sus estudios, al rezongo le sumó una respuesta a su anterior interrogante:
- Estas haciendo conciente lo inconsciente. ¿Sabés lo que te pasa a vos? ¡Tenés un problema no resuelto con las etapas de tu vida!
Al principio, ante cada nueva explicación que la novel aspirante a psicóloga social encontraba a mis actitudes cotidianas, mi respuesta consistió en un simple arqueo de mis cejas. Era el signo de que la escuchaba, más allá de que no entendiera un pito.
Con el tiempo, empecé a perder un poco la paciencia. Fruncía el ceño y miraba para arriba, como diciendo: ¿Qué querrá decir con tantas elucubraciones raras?
En determinado momento, porque creo que uno debe contribuir a la convivencia conyugal, mi actitud cambio. A cada categoría psicológica que ensayaba a propósito de mis más variadas actitudes, mi repuesta era algo más alentadora y conciliadora:
- ¿Te parece che?
Este cambio seguramente alimento sus afanes de encontrar el justo “concepto” que ordenara cada uno de los “componentes de la causación configuracional” que ensayaba sobre mis actitudes.
A partir de allí descubrí que este cristiano simple que le gusta dormir hasta tarde y holgazanear, tenía “miedos básicos” que se expresaban mediante “vínculos significativos”.
Uno no es de fierro, así que le confieso que empecé a sentirme raro- digamos con una “depresión iatrogenica”. Me miraba al espejo y me preguntaba: ¿Todo eso en un cristiano, y uno no se daba cuenta?
Puse buena voluntad y mucha paciencia. Hasta ensaye excursiones furtivas en ausencia de mi esposa en algunas de las “monografias” y textos sobre los que construían sus antojadizas interpretaciones de la realidad.
Luego de algunas lecturas, creí que estaba en condiciones de darle una sorpresita con alguna contestación psicológica. Una suerte de retruco psicológico.
Ese primer ensayo concluyó desastrosamente.
Una de esas mañanas en que mi tendencia a dormir hasta tarde, motivó sus iras y sus insultos (nada psicológicos, por cierto) intenté justificar mi conducta a partir de mis recientes y provisorios descubrimientos de psicología social. Yo también tenía derecho a interpretar mis actitudes.
Es verdad que mis primeras explicaciones psicológicas no fueron dictadas muy elegantemente. Fueron impartidas desde una posición poco académica, entre las almohadas de mi catrera.
Espere con paciencia, un intervalo en sus acostumbradas recriminaciones a mi conducta, y en ese preciso momento ensaye un gesto con mis manos como cuando estas ayudando a estacionar un auto y ya no se admite un solo movimiento más:
- ¡Alto!
Y le exprese a boca de jarro:
- No me puedo levantar porque me pesan las protodepresiones surgidas de la pérdida de mi vivencia al abandonar el claustro materno...
Ese día cambió radicalmente mi vida. Pero no fue por obra de aquella explicación.
Luego me entere de la causa. Ya no me dirigía la palabra. Ya mis actitudes no eran objeto de calificaciones. Había dejado de ser un integrante involuntario del “grupo operacional”.
Ahora era un objeto-sujeto de una observación implacable. Mi esposa, había pasado a ejercitar sobre mi, su labor de observadora.
Cada movimiento, cada palabra, cada gesto mío, era escrupulosamente observado en silencio y registrado en las paginas de su cuaderno de anotaciones. ¡Escribía sobre mí!
Una vez leí una biografía -no recuerdo de quien-, y en esa biografía, el autor le sacaba los “trapitos al sol” a un pueblo. Sin ninguna duda que aquel autor nunca les había advertido a los que compartieron su vida, que él, un día los dejarla “pegados” con las cosas que escribiría y haría publicas.
A partir de eso, pensé que esas anotaciones podían luego andar circulando entre sus compañeros de estudio en las “monografías” y resolví no quedar “pegado”. Para ello me esforcé por desempeñar un papel decoroso o al menos más discreto, para que quedara registrado para la posteridad algo digno sobre mi persona.
Fueron grandes los esfuerzos y el empeño que puse. No me acostaba con medias, no roncaba, ni hacia ruido cuando comía. ¡Hasta me esforzaba por cerrar todas las puertas!
Empecé a sospechar que mis actuaciones cuidadosamente estudiadas y planificadas, en vez de entusiasmar a mi presunta “biógrafa”, la dejaban perpleja. Se quedaba mirándome, se rascaba la cabeza con el lápiz y se retiraba cabeceando.
Un día, para tratar de saber a ciencia cierta las interpretaciones psicológicas que generaban mis actitudes, mire sus apuntes. Solo encontré dibujitos, rayitas, flechitas. ¡Ni una palabra!
Mi preocupación ante esta situación me llevó a intentar “ayudar a que se desprendiera de la angustia y el fantasma desorganizador que la había conducido a la pérdida del objeto”, (el objeto, era este servidor).
Durante varios días, mis comportamientos fueron los más exóticos y mis opiniones fueron las más extravagantes. Fue ahí que recibí la sorpresa que empezó a colmar el vaso.
Era uno de esos días en que “el hombre sufre la fragmentación y dispersión del objeto de su tarea”. En criollo, está verdaderamente podrido y espera llegar a su casa y escuchar a Gardel... No encontré al Mago en el dial de mi vida. En el comedor de mi hogar, me esperaban una docena de esos especimenes humanos aspirantes algim día a ser llamados psicólogos sociales. Eran los compañeros de estudio de mi esposa.
Me asome y ensaye un tímido:
- ¡Buenas noches!
Comprendí como se sienten esos bichitos sobre los que se ensayan experimentos. Decenas de atentos ojos esperaban cada palabra mía, cada gesto, seguramente para ensayar luego colectivamente complicadas explicaciones psicológicas.
No crea, Señor Juez que fue una travesura más. Lo cierto es que guarde silencio, enmudecí y desaparecí. No quise verme sobre la mesa de laboratorio y que esa docena de psicólogos realizará una disección en vivo y en directo sobre mi persona
Claro, yo no sabia que el silencio también podía ser objeto de conjeturas, explicaciones, interpretaciones. Tampoco sabía que este cristiano que había pasado por todas y cada una de las peripecias de ser el esposo de una novel estudiante de psicología social, ahora seria el protagonista de decenas de monografías o “monos”.
Lo descubrí, una mañana en que curiosamente empecé a leer esas elucubraciones que cada uno de ellos escriben para ver si les dan de “alta”.
Ud no entiende porque me alteré. ¿Tampoco entiende eso de que les den de alta? Ya se lo explico.
Esas elucubraciones, tenían como centro a mi persona. Seguramente mi problema hoy es de identidad, pero le juro que es culpa de ellos.
Bueno, como decía; nunca pensé que yo podía ser todos esos.
Antes de seguir, voy a explicarle eso del “alta”. Sucede que en esa escuela de psicología social, están toditos locos, locos de remate. Pero no lo asumen, y disimulan. En vez de decir que van a terapia, que van al “loquero”, dicen que van a clase. Luego de un año de tratamiento, les hacen un examen, ellos le llaman “monografía” o “mono” cariñosamente, porque son locos tranquilos. Si Ud no escribe en esas monografías ningún disparate, si dice las cosas sencillito, en criollo, lo “bochan”. Les dan el “raje”. A los que siguen loquitos, lo pasan de año y los siguen tratando un año más. ¿Me entendió?
Resumiendo cada uno escribió de este cristiano simple y cristalino que habla con Ud. los disparates más grandes.
Soy conciente, que eso no justificaba mi actitud.
¡Y sepa Sr. Juez que no fue exhibicionismo y menos aun atentado violento al pudor! ¿No vendrá Ud. ahora, a ponerse también de Psicólogo social conmigo! Fue solo que sentí el impulso...y lo hice.
¿Qué cómo justifico mi actitud? A riesgo de que Ud. me confunda, le digo: Soy un “fantasma original de ese grupo de estudiantes, que al principio fui callado, y penosamente expresado al cabo de varias sesiones”.
¿Atentado al pudor, Sr Juez?
Al fin y al cabo, de mi persona - a pesar de lo mucho que escribió un tal Freud-, fue de lo único de lo cual no se ocuparon. Por eso para evitar que no ignoraran esa parte sustancial y sin complejos de mi persona, interrumpí en su salón de clase y haciendo ostentación de tan importante atributo de mi persona, les grite:
- ¿TEMORES FOBICOS?, ¡LAS PELOTAS!